sábado, 2 de agosto de 2008

Dimensiones de la "Teología Política"

En esta ocasión, se escribe en correspondencias con Harvey Cox, no intentando asentir con todos los puntos de vista expuestos sino ofreciendo un espacio que sirva para reflexionar desde nuestro pensamiento acerca de la responsabilidad de la Iglesia en la sociedad y el mundo en que vivimos

Una falsa disyuntiva
Las modas teológicas cambian hoy día tan rápidamente que la nueva discusión sobre la necesidad de una "teología política" ha suscitado ya una crítica sobre la supuesta parcialidad que esta teología presenta. Algunos críticos han dicho que la teología política no tiene en cuenta el aspecto personal de la realidad, sobre el cual los teólogos tendrían precisamente que reflexionar: acentúa tanto el aspecto social que descuida con frecuencia la Subjetividad. Esta orientación es particularmente desafortunada, dicen los críticos, pues incluso marxistas como Roger Garaudy han afirmado que el marxismo tiene su punto débil en la cuestión de la subjetividad humana.
¿Qué significan estas acusaciones? ¿Es cierto que los teólogos cristianos, al acentuar la necesidad de una teología política, abandonan "la misión" cuando los "beneficiarios" empiezan a volver?
No lo creo. Pienso que sólo una versión teóricamente parcial de la teología política pasaría por alto la dimensión personal en la polis. Creo, además, que los teólogos que se han fijado demasiado en la "persona", como algunos personalistas católicos o existencialistas protestantes, pierden precisamente aquello que quieren mantener. Por mi parte sostengo que hemos de insistir en una teología política viable, porque la totalidad de la salvación alcanza toda empresa humana e incluso el cosmos.

Solidaridad de lo político-social y de lo personal
El abismo entre lo "personal" y lo "político" es discutible. Propiamente es ya un síntoma de la actual confusión. No podemos mantener por más tiempo la falsa división entre el tan conocido "evangelio social" (Social Gospel) y otra especie de evangelio. Si el hombre está salvado o condenado, sano o enfermo, lo está en una indisoluble solidaridad con la gran familia humana. Es dudoso hoy día que podamos hablar de un "individuo sano" sin hablar al mismo tiempo de la familia sana, del buen gobierno del pueblo e incluso de una ordenada marcha de las cosas en el mundo y en el cosmos.
René Dubos definió la salud como la capacidad de afrontar y superar el futuro. La persona y el pueblo o nación que no pueden renovarse y transformarse en confrontación con el futuro están enfermos. La teología política se orienta, en todo caso, hacia el futuro. En este contexto desearía tratar dos puntos con los cuales hemos de contar para hacer una teología política viable y que al mismo tiempo sea hoy de alcance político y sustancia teológica. No es casualidad que uno de esos dos puntos tenga un carácter más bien "político" y el otro más bien "personal". Los dos problemas principales que tengo presentes son: la aspiración a la justicia social y la aspiración al autoconocimiento; la búsqueda "exterior" y la búsqueda "interior". Ambas componen el marco dentro del cual ha de moverse la teología política. Ésta no solamente tendrá en cuenta a las dos, sino que deberá considerarlas como aspectos de un mismo intento. Procuremos analizarlas.

1) Dimensión social. ¿Qué decir de la revolución social? Daniel Bell dijo que el último tercio del siglo XX ya no era tiempo de revolución; se anunció la muerte de la política y el "fin de la ideología" y se dijo que los levantamientos a gran escala pertenecían ya al pasado. Pero, ¿vivimos realmente el fin de la ideología? ¿Se ha convertido hoy toda revolución en un instrumento cruel al servicio de élites deseosas del poder y en un colosal engaño de masas? Esta opinión se ha extendido; pero pienso que es falsa. Ya en sus comienzos tenía un matiz occidental-provinciano e incluso "nórdico". Pareció que en las naciones industriales habían cambiado las condiciones bajo las cuales tiene lugar la lucha por el poder y que realmente el pathos revolucionario de otros tiempos sonaba a gastado. Pero París, Praga y las insurrecciones en los ghettos negros de América nos demuestran que en tales países no han desaparecido las características de un cambio revolucionario. Más importante todavía es que las pasiones revolucionarias originen silenciosamente la confrontación internacional entre las naciones ricas del hemisferio norte y las naciones pobres del hemisferio sur. El "proletariado de exportación" -que recoge el café, corta la caña de azúcar y embala los plátanos para el desayuno americano- ya no callará sumisamente. Nuestro tiempo es aún tiempo de revolución, más a nivel internacional que de política interior. A pesar de que muchos de nosotros no queramos reconocerlo, la revolución y la búsqueda de un cambio social radical sigue siendo una de las características de este final de siglo. Su realidad constituye el marco en el cual debe elaborarse una teología política.

2) Dimensión personal. ¿Qué decir del segundo componente de nuestra futura mentalidad que yo llamo la búsqueda del autoconocimiento e integridad interior? Existe un incontenible interés por estructurar lo íntimo del alma. Esta orientación hacia el interior es propia de nuestro tiempo. Nuestros jóvenes y artistas se adentraron fascinados en la vida de los sueños y de la fantasía. Los literatos penetran en regiones antes tabú. Pintores y poetas intentan nuevas posibilidades de experiencia. Aceptamos y valoramos obras y novelas cuyos temas contienen deseos sanguinarios, actitudes extremas, criminalidad, autodestrucción. Ninguna pesadilla, ninguna visión extática, ningún cambio inusitado de la experiencia humana queda fuera de nuestra insaciable tendencia de autoconocimiento. Nos queremos conocer por completo.
Revolución social y autoconocimiento forman, por consiguiente, los dos polos de la mentalidad de finales del siglo XX y principios del XXI. Ninguno de los dos polos es enteramente nuevo en nuestra época, sino que tienen ambos una larga historia. En occidente, la revolución la tiene ciertamente, aunque sus teóricos escribieron especialmente en los siglos XVIII y XIX. Algunos autores creen que tiene su origen en la esperanza veterotestamentaria del tiempo mesiánico. La búsqueda del autoconocimiento se remonta aún más allá, aunque su forma moderna específica comenzó con Kierkegaard y Nietzsche. Este impulso se relaciona también con la valoración cristiana de la persona y con la esperanza del creyente de llegar a su fin divino.

Tensión de convergencia entre lo político y personal
Lo importante de nuestro tiempo es la convergencia de estas dos tendencias y las tensiones que esta convergencia provoca. Es importante la repercusión de esta mentalidad en el pensamiento teológico y el modo cómo debe ser tratada por la teología.

Lo fundamental, con todo, no son los contenidos concretos que esta mentalidad haya podido aportar, sino cómo aportamos ahora la reflexión teológica o cualquiera otra. El interés por un cambio estructural y por el descubrimiento del espíritu nos lleva a considerar toda idea de un modo radical. Y éste es el verdadero desafío. Ya no consideramos los pensamientos teológicos como puntos de orientación fijos en nuestro mundo, sino como aspectos de una experiencia viva. Nos ocuparemos de su significación humana, de su fuerza de transformación social y de su aportación al autoconocimiento.
Esto no significa que nuestra época considere el bien sólo desde el punto de vista utilitario. Significa más bien el reconocimiento del hecho de que toda idea que no tenga una inmediata referencia social o personal está fuera de lugar Un enunciado teológico no puede ser algo "esencial" y atemporal, sino que ha de ser histórico y concreto. Tal vez esto signifique que se acepta la tenacidad con que la ciencia mantiene que los "hechos" tienen su función dentro de un proyecto humano determinado. Puede ser también un tributo secular moderno a la comprensión bíblica, según la cual, la "verdad" no es simple exactitud, sino poder, confianza y seguridad. Esta preocupación actual por las ideas y valores que promueven un cambio en la sociedad o que conducen a los hombres a nuevas experiencias, vale también para los valores religiosos. El revolucionario pregunta al budismo, al cristianismo y al Islam sobre el peso político de su mensaje, y dirige su mirada sobre la acción que realizan en el mundo. Así, pregunta a la Iglesia: ¿aprueba Cristo las situaciones de privilegio y explotación? ¿o bien congrega a los desheredados para que juntos derroquen a los poderosos? El revolucionario no entra en las discusiones acerca de la verdad abstracta o neutral de esta o aquella idea.
Para él la verdad es fuerza, es el poder de una idea que despierta a quienes estaban subyugados por el prestigio de los poderosos. Es fuerza que desvela los mitos que encubren la injusticia.
¿Qué decir de los artistas que viajan al mundo interior?, ¿cómo consideran las ideas?
Mientras el revolucionario mide las ideas por su alcance político, el artista experimenta su capacidad de alimentar y desarrollar la conciencia humana. Su "verdad" es distinta.
Una obra, una poesía son "verdaderas" si posibilitan la apertura de nuevos espacios y dimensiones, y así queda enriquecida la experiencia.

Validez de una teología actual
Las teologías nos causan impacto cuando tienen una fuerza capaz de transformar favorablemente nuestro mundo interior y exterior. Las ideas teológicas no son un material de cultivo intelectual meramente especulativo. ¿Se enriquecerá la tierra por medio de las ideas? ¿se hará más justa, más interesante y menos aburrida, gracias a ellas? Si no es así, están de más: los pensamientos que no se ponen en contacto real con el mundo de los hombres merecen ser confinados al olvido.
Con otras palabras: nuestro tiempo quiere la encarnación de la verdad. El cristianismo sostuvo ya una larga y dura lucha contra la gnosis, de la cual salió finalmente victorioso.
Para los gnósticos, los valores y doctrinas son algo así como fantasmas descarnados flotando sobre el caos terrenal. Por esto, se alcanzaba la salvación cuando uno conseguía elevarse en la mística "gnosis" (= sabiduría), dejando de lado lo cotidiano. En nuestra época parece como si la cristiandad hubiera recaído en estas herejías gnósticas -que precisamente condenó oficialmente- y como si se preocupara de "valores eternos" desgajados de la cambiante inseguridad de la historia.
Este nuevo modo político de considerar la verdad explica el bostezo e indiferencia que provocan los intentos de algunos teólogos por hacer un cristianismo intelectualmente apetecible. El problema no es la aceptación intelectual. Hoy en día quien abandona la religión no lo hace porque encuentre el cristianismo poco convincente, sino porque le adormece y no le ofrece ningún estímulo. La gente se queja de que la liturgia y las discusiones teológicas sean pesadas. No escribe críticas sobre esto, pero se aleja de ello
El más duro ataque contra la Iglesia no evoca su oscurantismo, sino su cobardía, el que no viva desde su autocomprensión. Los creyentes que hoy nos inspiran son los que transforman el evangelio en acción. Digamos gente como Martín Lutero King que no sólo pidieron a la Iglesia que practicara lo que predicaba, sino que arriesgaron mucho por conseguir la justicia. El Papa Juan XXIII, durante su corto pontificado, consiguió convencer a millones de hombres de que en el cristianismo hay algo. ¿Cómo? No lo hizo trazando una brillante defensa de la doctrina cristiana -el papa campesino no era capaz de esos artificios-, sino que abrió el mundo actual al evangelio por medio de su estilo de vida: bendijo las fieras de un circo ambulante, visitó asesinos sentenciados en la cárcel de Roma, se rió de las pretensiones de la curia y de su propia infalibilidad, y convocó un concilio para discutir cuestiones que muchos consideraban intocables.
La teología realiza una continua reinterpretación de la fe. Pero los teólogos obtienen escasos resultados en este proceso de reinterpretación porque no se toman en serio las situaciones culturales. Tratan de adaptar la fe al mundo actual precisamente en el momento en que este mundo ha decidido transformarse en otra cosa. Intentan explicar la religión dentro de las fronteras de la razón, en el preciso momento en que los espíritus avanzados y proféticos de nuestros días se sitúan fuera de la actitud reverencial ante la razón tratando de adentrarse en el mundo de la profecía y del éxtasis. La religión podrá sobrevivir en el mundo moderno si contribuye al esfuerzo humano hacia un orden más justo y a una decisión de introducirse en la oscura profundidad de sí mismo.

Conclusión
Existe una profunda unidad entre el movimiento actual hacia la justicia y libertad sociales y la aspiración a una profunda autocomprensión de la persona. La transformación individual y la acción social no se pueden separar. La búsqueda interna y externa que conduce a muchos hombres a un esfuerzo inoperante o a un autodestructor abuso de drogas, debe emplearse de un modo efectivo y unirse en su intento común.
Esta es la misión de una teología política. Pero tal teología no tendrá éxito si sus ideas e intuiciones sólo son capaces de explicar y organizar. La teología debe hacer el esfuerzo de colaborar en favor del progreso humano y de la realización de la vida de los individuos. Hace ya demasiado tiempo que los teólogos sólo han interpretado el mundo.
Ha llegado el tiempo de transformarlo.

A Harvey Cox

2 comentarios:

IVAN dijo...

No pretendo ser Teólogo, aunque pienso que todo creyente en sí, tenemos la vocación para buscar y profundizar nuestro entendimiento de Dios, mediante el estudio organizado de la Biblia y direccionado por el Espíritu Santo, y expresar así el contenido de nuestra fe religiosa en un conjunto coherente de proposiciones, que puedan impactar a nuestros semejantes, ¡y por que no al mundo entero!, y así poder cumplir la gran comisión de hacer discípulos a todas las naciones.

La Reforma Protestante, trajo como consecuencia la separación entre pensamiento religioso y pensamiento político, entonces: ¿Como entender este artículo?, ¿ Hacia donde apunta la Teología Política?.

Mi reflexión, al respecto, está orientada a entender que política es el proceso o actividad, de carácter ideológico, con la que se pretende hacerse de decisiones que ayuden a lograr unos objetivos, estos objetivos pueden ser: sociales, laborales, financieros, y/o espirituales, etc.

La política busca de alguna manera tener el poder para que los objetivos se cumplan, de la misma manera podemos entender que la teología, citando a Harvey Cox, está basada en una verdad que viene de Dios, por lo tanto es también poder, confianza y seguridad. Esta verdad puede transformar favorablemente nuestro mundo interior y exterior.

La teología política, entonces, cobra fuerza, cuando podemos utilizar la Palabra de Dios, para el desarrollo de la humanidad, y para nuestra realización o superación personal, entendiendo que Cristo está vivo en el mundo, y a través de Él todas los cambios son posibles. Dios los bendiga. IVAN BERROTERAN

José Piñero dijo...

Hola Iván.Mi hermano y amigo.
Dices:“La Reforma Protestante, trajo como consecuencia la separación entre pensamiento religioso y pensamiento político”. Yo creo que esta declaración es un tema más histórico que teológico. y creo que debes revisarlo. Me parece que la historia muestra otro cuadro de este planteamiento.
Haré un nuevo post que responda al caso.
Saludos