viernes, 2 de julio de 2010

LA FE CRISTIANA Y LA CALIDAD DE VIDA: Hacia una Teología de Shalom como clave hermenéutica de la Calidad de Vida

Y procurad la paz(el Shalom) de la ciudad…y rogad por ella a Jehová; porque en su paz (Shalom) tendréis vosotros paz (Shalom). Jer 29:7

Introducción


Zbigniew Brzezinski, en su obra OUT OF CONTROL: GLOBAL TURMOIL ON THE EVE OF THE 21st CENTURY (Fuera de Control: Tumulto Global en víspera del siglo 21) destaca el hecho de que hay un desplome masivo o desintegración, sobre todo en el mundo occidental, de casi todos los valores establecidos. Según él, “el carácter distintivo del mundo de consumo se disfraza como substituto a criterios morales”(1). Tal es el caso que el estilo de vida ascendente Brzezinski lo denomina como uno de “permissive cornucopia” o “cornucopia permisiva”. En otras palabras, la definición de la vida es en términos de auto gratificación.(2)


Esta vida, según la revista Imagen, se define en términos de moda y belleza; al otro externo, en El Vocero (Un diario que se publica en Puerto Rico) se define por la droga, el crimen y la violencia y la salsa y el merengue. Sin lugar a dudas, no importa el grado de sofisticación que separa a la revista Imagen del periódico El Vocero, ambos definen implícitamente la “buena vida” igualmente: la satisfacción de los deseos propios o la auto gratificación.


Tal es el estado actual de las cosas en nuestro mundo, de nuestra sociedad, que para muchos suenan extrañas las palabras del Maestro: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10) y “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6). O las declaraciones de Juan en su primera epístola: “Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; y el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” ((1Juan 5:11-12).


La vida buena o, en su expresión más alta y “cualitativa”, la calidad de vida, presupone unas medidas o escalas de referencias; por tal razón la calidad de vida tiene muchas definiciones. Para algunos la medida apropiada es económica; para otros es en términos de posición y poder; y para otros en términos de salud, paz mental, participación artística o política, o logros personales y profesionales.


Generalmente la calidad de vida de una sociedad es el cúmulo de índices personales, socioeconómicos y culturales que definen un estado marcado de salud o bienestar. En tal caso, la calidad de vida es alta. Por ejemplo, si la cifra del desempleo es baja, o si el porcentaje de personas que necesita cupones o asistencia pública es bajo. Además, la calidad de vida es alta si la mayoría de las personas en la sociedad vive honestamente, con buena educación y albergue, en paz y justicia. En la mentalidad hebrea la definición concreta y óptima de la calidad de vida que encontramos en Isaías 36:16 es “comer cada uno de su viña, y cada uno de su higuera, y (beber) cada cual las aguas de su pozo”.


Estos cuadros de la calidad de vida, a mi juicio, aunque en su mayoría atractivos, apropiados y legítimos, sufren la ausencia del índice más básico y fundamental, a saber, el de la fe cristiana.


Al vivir en tales casos de falta del poder humanizante y salvífico de una fe cristiana integral. En las palabras elocuentes de Samuel Pagán, en su libro, Pulpito, teología y esperanza:


Vivir es compartir, amar y perdonar. Vivir es agradecer, celebrar y disfrutar. Vivir es mirar al futuro con seguridad, interpretar el presente con esperanza y estudiar el pasado con responsabilidad. Vivir es cantar, llorar y reír. Vivir es enfrentar los momentos difíciles de la vida con la certeza de que no estamos solos. Vivir es llorar con el que llora, y reír con el que ríe. Vivir es mantenerse en pie, cuando otros doblan sus rodillas ante los baales de la existencia. Vivir es afirmar la vida y denunciarla muerte. Vivir es gritar desde lo más profundo del alma y desde lo más recóndito del ser:”ya no vivo yo, más Cristo vive en mí”(3).


Cuando se mira con los lentes de la fe cristiana, la calidad de vida en su sentido más fundamental corresponde a esas dimensiones de bienestar o salud que la Biblia presenta bajo esa rica palabra-concepto; shalom (paz). Aquí quiero enfocar en las siguientes tres dimensiones de shalom: Shalom con Dios, shalom con uno mismo, shalom de la ciudad.


Estas tres dimensiones van al meollo de una calidad de vida que es bíblica, teológica y, por tanto, humana. Hablar de la fe cristiana y la calidad de vida es hablar dentro de un universo de discurso teológico, ético y misionológico.


Utilizando estas tres dimensiones de shalom como paradigma, presentaré un cuadro teológico-ético-misionológico, notando en cada caso no sólo el objetivo óptimo y bíblico del mismo, sino también las exigencias al pueblo de Dios.


Shalom con Dios


La palabra-concepto shalom (paz) es una de las palabras teológicas más ricas y abarcadoras en la revelación divina. Es una palabra preñada con el diseño de Dios para su creación. Expresa en múltiples maneras el bienestar que anhela Dios otorgar al ser humano, individualmente o en convivencia.


Es en el Antiguo Testamento donde vemos por primera vez el uso más amplio y profundo de esta palabra. Shalom no es simplemente un estado de calma o ausencia de conflicto, pues es una palabra dinámica que nos habla, por ejemplo, de: bienestar, integridad, salud, dicha, paz, prosperidad, seguridad, reconciliación, justicia y salvación. Abarcando el nivel físico, material y espiritual –del individuo así como del grupo colectivo- shalom tiene implicaciones universales y cósmicas (4).

Cuando hablamos de shalom con Dios damos hincapié a esa gran verdad notada por Pablo en Romanos 5:1, a saber: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”.

Pablo en términos jurídicos, nos habla de una reconciliación con Dios por medio de su hijo (vs. 10). La separación y enemistad del ser humano con Dios encuentra en la cruz su respuesta. Esta reconciliación mediante la cruz es parte de “el evangelio de la paz”, según Hechos 10:36, y “las buenas nuevas de paz a vosotros”, según Efesios 2:17. Paz con Dios es la entrada a esa calidad de vida que la Biblia llama vida en abundancia (Juan 10:10) y vida eterna (1Juan 5:11).

La calidad de vida par excellence es la vida eterna que tiene el creyente en virtud de responder al llamado de Dios (Juan 3:16). Es la experiencia de la eternidad en lo temporal, rumbo a la eternidad. En otras palabras es una calidad de vida que se experimenta aquí en el tiempo y el espacio y dura una eternidad.

Paz con Dios es la puerta a la “vida eterna” –la calidad de vida primaria en el Ordo salutis. Shalom con Dios es la verdad profunda expresada por el himnólogo al escribir:

¡Oh. Bondad tan infinita, hacia el mundo pecador!

Dios en Cristo revelando, su eternal y santo amor.
Coro: ¡Es Jesús para mí, la esperanza de salud;

Sólo en él hallaré, la divina plenitud!

Como el vasto firmamento, como el insondable mar,

Es gracia salvadora, que Jesús al alma da (5).

Bondad, amor, esperanza de salud, divina plenitud, gracia salvadora –palabras que traen a la mente esas otras palabras teológicas como perdón, justificación, reconciliación y salvación. El creyente al experimentar shalom (paz) con Dios, puede expresar, en las palabras sencillas pero profundas de Karl Barth cuando le pidieron una definición de cristianismo: “ Cristo me ama, bien lo sé, su palabra dice así”..


Sin lugar a duda, en la consideración de la calidad de vida para la sociedad no hay mayor o mas noble empresa para la Iglesia Cristiana que con claridad, compasión y compromiso ser instrumento del shalom con Dios.

Si la Iglesia Cristiana históricamente reclama que paz con Dios y, por lo tanto, el mensaje evangelístico (de reconciliación con Dios) es su prioridad misional, entonces:

1.- ¿Por qué gastar priorizar otras cuestiones por encima de la misión?
2.- ¿Por qué está brillando por su ausencia la iglesia (con menos presencia estos días) en las comunidades pobres y en los arrabales de nuestras ciudades?
3.- ¿Por qué al ministerio del evangelista se le ha permitido convertirse en un imperio individualista y de personalidades y no está bajo el patrocinio de la iglesia o denominacional?
4.- ¿Por qué no estamos preparando al liderato de la iglesia, sea laico o pastoral , con más compromiso evangelístico?
5.- Si somos partícipes de “vida eterna” ahora, como resultado de la paz con Dios, ¿por qué caminamos con la cabeza baja y con el semblante pálido en nuestro diario vivir?

Shalom con uno mismo

La integridad mental en el ser humano es uno de los factores más fundamentales en cualquier ecuación de la calidad de vida.


El shalom con uno mismo enfoca la mirada a esos elementos de la calidad de vida que llamamos paz mental o salud mental. Y que, además, se orienta a lo denominado equilibrio emocional o psíquico.

Es una gran enseñanza bíblica que por consecuencia del shalom con Dios el creyente es partícipe del shalom de Dios. En la experiencia de metanoeo o conversión del creyente, el amor de Dios es derramado en el corazón por el Espíritu Santo (Ro 5:5). Este es el comienzo de un peregrinaje de amor –un peregrinaje de gracia, como nos recuerda bien San Agustín en definir “la gracia como la infusión del amor en el corazón humano por el Espíritu Santo” (6).

La gracia divina, experimentada como amor, obra una integración fundamental en la persona del creyente. Los efectos del pecado en el ser humano de separación de Dios, de su prójimo y de sí mismo comienzan a repararse. Por eso también es un comienzo de un peregrinaje de comunión con Dios, con el prójimo y con uno mismo.

La persona creyente que anduvo sola, en temor y confusión, puede ahora oír la voz del Señor: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27). Y en las palabras de Pablo: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4:7).

El shalom de Dios no sólo tiene pertinencia en lo terapéutico mental o emocional, sino que también tiene su significado ético-moral vital. En el Nuevo Testamento, eirene (paz) es prominente como virtud cristiana. (Véase por ejemplo, Ro 8:6; 15:13; Gá 5:22; 2Ti 2:22; 1P 3:11 y 2P 3:14) (7). Es una virtud y, por tanto, calidad de vida que nos habla no sólo de ausencia de conflicto, sino, positivamente, de estabilidad e integración moral. Es una postura de relación correcta con Dios, como recto, derecho, legítimo, justo, debido, genuino o exacto la describen.

Vivimos en una sociedad donde predomina el énfasis en la paz mental, y el factor psicológico. Permítaseme una aparente digresión.
La Biblia presenta el shalom con uno mismo como un asunto fundamentalmente ético. Una antropología bíblica y teológica, a mi juicio, cuestiona la obsesión presente con la definición de la salud del ser humano simplemente en términos de lo emocional, mental o psíquico. Creo que en último análisis, la etiología del trastorno emocional o psicológico que oprime al ser humano está en lo moral. Parte de esa búsqueda ciega por la “buena vida” en los placeres, juegos, y en el materialismo de nuestra sociedad contemporánea responde a una contienda moral del alma (8).

El psiquiatra Karl Menninger en su obra Whatever Became of Sin? (¿Qué ha sucedido al pecado?) se queja, con buena razón, que los teólogos han abandonado el idioma religioso y teológico sobre el pecado y le han entregado la labor íntima del alma a los psicólogos (9).

También es importante notar el estudio reciente de E. Brooks Holifield. Holifield traza la historia de la consejería pastoral y documenta el cambio que ha ocurrido durante los siglos 17 al 20 en esta disciplina. Subraya el cambio de la meta pastoral de sanar el alma enferma con pecado en relación con Dios hacia una nueva meta pastoral de mejorar o realizar el sentido de ser de cada persona (10). ¡Allí dejo esa digresión! El que tenga oído para oír, oiga.

No obstante lo anterior, creo que la Iglesia Cristiana tiene una gran oportunidad en nuestros tiempos de verdaderamente convertirse en una “comunidad sanadora”, en una comunidad de consuelo.

La iglesia se convierte en comunidad sanadora –comunidad de consuelo- en su proclamación del shalom con Dios y del shalom de Dios y también en el culto, en el contexto de la “comunidad del Espíritu” que ministra en adoración. Pero también es urgente tomar pasos concretos y prácticos de establecer programas y desarrollar estrategias que permitan ministrar al abatido y necesitado. Estos son ministerios que permitan al Cuerpo de Cristo consolar a otros con la misma consolación que han recibido de Dios.

Bien nos recuerda mi colega, el psicólogo Pablo Polischuk, que, “La iglesia, como comunidad sanadora, a través de sus componentes laicos y ministeriales, puede ofrecer el contexto para que las personas … experimenten un proceso de alivio, de sanidad o de liberación” (11).

Qué modelo lindo tenemos en Pablo, Tito y, en esta ocasión, la iglesia de Corinto, que encontramos en 2 Corintios 7:6-7: “Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito; y no sólo con su venida, sino también con la consolación con que el había sido consolado en cuanto a vosotros, haciéndonos saber vuestro gran afecto, vuestro llanto, vuestra solicitud por mí, de manera que me regocijé aún más”.
¡Somos llamados a ser para otros como el Espíritu Santo es para nosotros –un Consolador!

Permítaseme mencionar aquí, que para mí, uno de los programas o estrategias dignos de imitar por la congregación es el llamado Eirene. Tal programa de consejería, desarrollado mayormente por el teólogo y psicoterapeuta Pedro Savage, ha tenido gran éxito en varios países de América Central y Latinoamérica. La tesis principal de eirene es que la iglesia puede ser una “comunidad sanadora” para todos y todas y que personas laicas así como profesionales –sea este personal pastoral o no- son agentes o instrumentos sanadores en el proceso terapéutico.

En todo esfuerzo para ser instrumento de shalom en nuestra sociedad, las congregaciones locales, además, deben aprovechar los enlaces y las posibles contribuciones de las agencias educacionales, comunales, cívicas, laborales, benéficas y gubernamentales entre otras.

Es importante notar que la iglesia y, sobre todo el pastorado, tiene oportunidades, aún mayores de las que pueda imaginar, para ser agentes de shalom. Un estudio hecho en 1993 por los doctores Andrés Collazo y Norma Rodríguez Roldán de la Universidad de Puerto Rico, titulado Estudios de la juventud Puertorriqueña, revela que: “Los jóvenes opinaron que ninguna de las instituciones gubernamentales principales de Puerto Rico trabajan bien o muy bien… Los jóvenes opinan que los profesionales que pueden brindarles mucha ayuda son los sacerdotes o ministros y los médicos”(12).

¡Qué bello y fértil terreno tienen la iglesia y su pastorado para impactar la juventud de Puerto Rico!
Mucho se podría decir sobre esos temas. No obstante, es importante notar que el pueblo de Dios, la Iglesia Cristiana, tiene una gran oportunidad en la fábrica, en la oficina, en la escuela, en el trabajo, y, en las calles, con su testimonio y comportamiento, por su mensaje y su vida de ser agentes del shalom.

La calidad de vida en Puerto Rico aumentaría grandemente si la Iglesia tuviese una nueva visión de ser comunidad sanadora, una comunidad de consuelo.

Shalom de la ciudad

La comunidad de fe no sólo está llamada a proclamar con palabras y con hechos las paz con Dios y la paz de Dios, sino también está llamada a buscar, a procurar, el shalom (la paz) de la ciudad. ¡Está llamada a ser instrumento de salud, bienestar, prosperidad, justicia y liberación de la ciudad!

Uno de los pasajes bíblicos más relevante, profético y, por lo tanto, instructivo para nuestra consideración de procurar el shalom de la ciudad, se encuentra en el capitulo 29 de Jeremías, especialmente los versículos 4 al 7. Es un pasaje que nos da un modelo para una teología de la ciudad en pro de una calidad de vida integral y liberadora, que hemos llamado “El paradigma de Jeremías para la ciudad”

Nótese los versículos 4 al 7:

(4) Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia:
(5) Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos.
(6) Casaos, y engendrar hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí y no os disminuyáis.
(7) Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz.

El pasaje, estoy seguro, es muy bien conocido, al igual que su contexto y trasfondo sociohistórico.

¡Un pueblo en cautividad! ¡Un pueblo viviendo una nueva y dolorosa realidad, en necesidad de una nueva visión! El cautiverio del pueblo de Dios no es sólo sociopolítico; quizás sea más penoso su cautiverio a las palabras, prácticas y patrones de un clero y liderato ciego y sordo a las perspectivas del Dios de la historia.

Un hombre sabio, que sabía un poco de las complejidades y desafíos de las ciudades, ya que fue responsable por la edificación de una ciudad, dijo: “Sin profecía (o según otras versiones, sin revelación o visión), el pueblo se desenfrena” (Pr 28:18). La ausencia de visión o revelación resulta en una desintegración, en un desenfreno moral y espiritual.

Es importante notar que una visión –ya sea que se aplique a un individuo, a un pueblo o a una institución- da dirección, enfoca las energías y fuerzas, informa y forma carácter, y fija el marco para ver y para valorizar las metas y el significado verdadero de la vida. En una manera real, la visión forma la imagen del ser y de su mundo.

El pueblo de Dios, en aquel entonces, necesitaba una nueva visión de la ciudad. ¡Creo que la Iglesia Cristiana necesita una nueva visión de la ciudad!

¡Las palabras de Jeremías eran y son radicales! Responden a la pregunta: ¿Cuál es el papel del pueblo de Dios en la ciudad? Preguntaríamos hoy ¿Cuál es el papel de la iglesia cristiana en la ciudad?

En el pasaje se nota que la respuesta involucra, primero, una teología de contexto o de sitio; segundo, una teología de misión o ministerio; y, tercero, una teología de espiritualidad.

Tres palabras claves se pueden usar que corresponden a las tres respuestas teológicas, a saber: (1) presencia; (2) paz; (3) plegaria u oración.

Con respecto a una teología de contexto (14), Jeremías 29:5-6 nos habla de presencia. En respuesta a los falsos profetas de ayer como de hoy, que llaman a una asimilación falsa en la sociedad (con la implicación de la pérdida de identidad como pueblo de Dios) o que llaman a un escape ultramundo (con la implicación de marginalización e irrelevancia), Jeremías llama a una presencia de convivencia, que a luz del Nuevo Testamento llamaríamos hoy presencia de sal y luz (Mt 5:13-16).

Es muy instructiva la etimología de la palabra iglesia. En la antigua Grecia, la “ekklesia” se refería a la congregación o asamblea de los “llamados afuera” a discutir responsablemente la situación de la polis –de la ciudad.

El llamado de la hora para el pueblo de Dios es de ser iglesia –reunirse en asambleas de los llamados de Dios- en oración y adoración, para reflexionar, discutir responsablemente y determinar planes y estrategias de cómo ser y hacer presencia de sal y luz en la situación de la polis –en la ciudad. ¡ Esta es una presencia en todas las esferas de la vida! La iglesia no puede ser indiferente a las necesidades de nuestras ciudades, sean ellas físicas o mentales, políticas o económicas, educacionales o culturales, morales o espirituales. Diríamos que el llamado a la iglesia es de ser y hacer presencia de sal y luz en la sociedad a favor de una renovación de la calidad de vida.

Con respecto a una teología de misión (15), Jeremías 29:7ª clarifica e intensifica esa presencia en términos de procurar el shalom de la ciudad.

La misión de la iglesia no es asimilista ni escapista; no busca el poder político per se, ni se encierra en las cuatro paredes en un acto ultramundo –sino busca activamente el bienestar, el Shalom de la ciudad.

La misión de la iglesia es de proclamar el evangelio de Jesucristo; evangelio de paz (Hch 10:36. Es un mensaje de transformación personal y sistémico. ¡Es un evangelio integral! Es predicar por palabras y por hechos en contra de todo pecado y mal que se encuentre en el corazón humano y que se manifiesta en las “construcciones socioculturales” de la vida, a saber, en las instituciones sociales.

Procurar la paz de la ciudad compromete a la iglesia a favor del pobre y del oprimido, en contra de todo sexismo, racismo, clasismo, militarismo y todo “ismo” e ideología que se opone a una liberación integral. En el último análisis, procurar el shalom de la ciudad es procura, por todo medio y en todo sentido, esa calidad de vida que escatológicamente llegará “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef 4:13).

Con respecto a una teología de espiritualidad (16), Jeremías 29:7 nos habla de una postura que el pueblo de Dios tiene que asumir, en su vida y lucha a favor del shalom de la ciudad.

Esa postura es la de la plegaria; la de oración. El versículo 7 nos dice: “Y procurad la paz de la ciudad…,y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz”.
Una verdadera espiritualidad urbana reconoce la importancia de la oración.

1.- Reconoce que nuestros planes y estrategias, para levantar la calidad de vida en la ciudad, no aumentarían a nada si no van acompañados por una intercesión genuina.

2.- Reconoce que en último análisis la lucha es contra “los principados y poderes” (Ef 6:12) de la ciudad, y que la victoria: “No es con ejercito, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Za 4:6).

Es interesante ver en este versículo anterior la nota de interés particular a la que apela el profeta Jeremías para que el pueblo ore –“porque en su paz tendréis vosotros paz” . El profeta sabe, y le recuerda al pueblo, que ellos se beneficiarían, ellos saldrán ganando, en el shalom de la ciudad. En la economía divina el esfuerzo y la oración por levantar la calidad de vida en la ciudad resultará en beneficios para la vida de la iglesia.

Con las siguientes palabras resumimos el paradigma de shalom, que enfatizan el aspecto misionológico de la Iglesia.

Para contribuir mayormente a la calidad de vida de la sociedad, quiero seguir seis deberes o posturas que debe tomar la iglesia en sus responsabilidades sociales:

1.- Comunidad de fe –La iglesia debe ser la Iglesia y, por tanto, reconocer que no es el Reino de Dios, sino señal del mismo. En vista de lo cual, en su convivencia modela al mundo una comunidad de relaciones transformadas.

2.- Comunicación de un evangelio integral La Iglesia debe proclamar por palabras y por hechos un mensaje evangelístico y profético, abarcando lo personal así como lo social; impactando a todas las personas y a todas las instituciones de la sociedad, sean ellas educativas, culturales, de salud, económicas o políticas.


3.- Caridad La Iglesia debe extender su servicio social en obras de amor y de caridad, sobre todo en barrios pobres y marginados.

4.- Confrontación de las estructuras La Iglesia debe asumir una postura a favor de la justicia social en el sistema sociopolítico.

5.- Confesión La Iglesia debe confesar su falta de contribución a la calidad de vida de su pueblo y orar por la justicia y la paz.

6.- Celebración La Iglesia debe celebrar humildemente su llamado y aportes positivos, a través de la historia, a la calidad de vida de la sociedad.



Vía Dr. Eldin Villafañe, (Ph.D., Boston University). El Dr. Villafañe, es ministro ordenado de las Asambleas de Dios, fue profesor visitante de Harvard Divinity School (1998) y fue el director fundador del Centro para la Educación Ministerial Urbana (CUME) del Seminario Teológico Gordon-Conwell, un centro multilingüe y multicultural, sirviendo, a más de quinientos estudiantes.

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