Honorables señores y señoras Concejales, y miembros y trabajadores del Cabildo Metropolitano de Caracas, distinguidos y honorables dignatarios y representantes de las confesiones religiosas presentes en el país (Católica Romana, Hebrea, Musulmana, y Cristiana Evangélica). Honorable y Respetado Pueblo de Caracas. Señoras y Señores.
Las circunstancias que rodean esta sesión tan peculiar del Cabildo Metropolitano, son un claro reflejo no sólo de lo que vive nuestro país, sino también el mundo. Y en vista de que nos reúne la celebración del día internacional de la paz, sería contradictorio que si fui invitado a promover la paz, ahora deje de decir lo que vine a decir por el hecho de que esta sesión se esté desarrollando en un ambiente tenso y lleno de reclamos. Gentilmente invito a los amigos que protestan a que me presten su atención. No soy yo quien no les ha pagado, yo soy un invitado, y por otra parte no me corresponde señalar si las responsabilidades del reclamo es de los concejales o de alguien más. Aunque veo que tanto los concejales de oposición como los oficialistas coinciden en que este reclamo debería suceder en otro lugar.
A todos los asistentes, y especialmente a los que les pueda parecer contradictorio que yo siga adelante con mis palabras sobre la paz a pesar de todo este ruido y este conflicto, les voy a contar una anécdota, y como sé que este sonido es muy bueno, con respeto por quienes protestan les pediré a ustedes que se concentren para que no se distraigan, porque hoy me aprovecho de las circunstancias para tomar más tiempo del que tenía previsto.
Escuchen esta anécdota que leí una vez:
“Hace mucho tiempo un hombre buscaba el cuadro perfecto de paz. Y no encontrando uno que le satisfaciera, anunció un concurso para producir esta obra maestra. El reto movió la imaginación de artistas por todos lados, y los cuadros empezaron a llegar desde todas partes. Finalmente el gran día de revelación llegó. Los jueces descubrían los cuadros de paz uno tras otro, mientras que los observadores aplaudían y gritaban de alegría. Las tensiones aumentaban. Solo quedaban dos cuadros por descubrir. Mientras un juez quitaba la cubierta de uno, un gran silencio cayó sobre la multitud. Un lago suave como espejo reflejaba el verde ramaje bajo la suave sombra del cielo al atardecer. A lo largo de las verdes orillas, un rebaño de ovejas se alimentaban sin disturbio. Seguramente este cuadro era el ganador. El hombre con la visión descubrió el segundo cuadro él mismo, y la multitud se quedó sorprendida. Podría esto ser la paz? Una tumultuosa cascada de aguas corría a través de un rocoso precipicio, la gente casi podía sentir el frío y penetrante rocío. Nubes grises de tormenta amenazaban y estaban listas para explotar con rayos, viento y lluvia. En medio de los truenos y el frío amargo, un árbol quedaba pegado a las rocas colgado a la orilla de la cascada. Una de sus ramas se estiraba justamente en frente de las aguas torrenciales como si neciamente buscara experimentar su poder total. Un pajarito había construido un nido en el codo de la rama. Contento y sin disturbio en sus alrededores de tormenta, ella descansaba sobre sus huevitos. Con sus ojos cerrados y sus alas listas para proteger a sus pequeños, manifestaba paz que trasciendo a cualquier tumulto terrenal”.
Hoy debo felicitar a los concejales por promover esta celebración, y los invito a no dejar a un lado ningún punto de la sesión, porque es en el tumulto de nuestros días cuando se hace más importante hablar de paz. Si todo estuviera en paz no necesitaríamos hablar del tema. Por eso esta reunión debe ser un testimonio en pequeño acerca de lo que es ser bienaventurado, porque el santo evangelio dice: "Dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los llamará hijos suyos”. Mat 5:9.
Ahora sí, paso a leerles mi discurso:
Si Dios enviara a un Ángel para informar a los otros seres celestes sobre la principal actividad de los hombres, en honor a la verdad tendría que notificar que la guerra es la mayor industria de toda nuestra historia. Las naciones usan su presupuesto y rivalizan unas con otras en una carrera para ver quién fabrica o posee los aparatos más mortíferos y organiza los ejércitos más poderosos.
Además, nuestro Mensajero reportaría sobre homicidios, divorcios, abortos, violencia política, pobreza, hambre, locura, depresión, y más. Y peor; que (con honrosas excepciones) los hombres no hemos trabajado suficiente por hacer la paz.
Este panorama desalentador nos obliga a reflexionar acerca de nuestra urgente necesidad de reconciliación y paz.
Pero ¿De qué paz hablamos?
No es de una irresponsable tolerancia ante la maldad. Cristo nos dio un firme testimonio de su compromiso con la justicia. Por eso entendemos que la no violencia, y la personalísima decisión de renunciar en un momento determinado al derecho propio (cuando se hace como oportunidad de extender los puentes para el diálogo y la reconciliación) no pretende ser en modo alguno la imposición de que otros renuncien al suyo, o una excusa para no defender el derecho de los demás, pues esto nos haría cómplices del mal. Pero si espera ser imitable testimonio del Espíritu de sacrificio y negación propia que encontramos en Cristo, y al mismo tiempo Jesús como hijo; y príncipe de Paz no dio tregua a la maldad sino que denunció al pecado y defendió con celo la fe y el genuino culto a Dios.
Por otra parte, ser pacifista no es serlo por obligación, o conveniencia, o indefensión. En la noche del arresto de Jesús, los discípulos estaban armados, y sin embargo a Pedro se le ordenó guardar la espada. Pues Cristo eligió la paz aún cuando pudo elegir la violencia.
Entonces, la bienaventuranza de Cristo no se refiere a los que toleran el mal, sino a los que trabajan por la Paz. Por eso, nos solidarizamos y aceptamos el llamado de Dios a trabajar por los que padecen violencia, injusticia, pobreza, y otros males, pues no es pacifista quien apuesta a la pasividad a costa de la injusticia. Asimismo asumimos que tampoco se logra la paz por medio de la venganza porque la paz nunca podrá resultar de las armas, pues la guerra es madre de la pobreza, la depresión, el sufrimiento y el odio.
La paz tampoco surge de algún estado sicológico, de psiquis alterados, o de espiritualidades escapistas que huyen del mundo en que viven.
La paz genuina es el resultado de la reconciliación, la comunión, y el compromiso obediente que hagamos con Dios para servirle entre los hombres.
Esta paz con Dios no está divorciada de la paz social, o la paz familiar, pues la verdadera paz tiene sus consecuencias en todas nuestras relaciones humanas. No podemos amar al Dios que no vemos si no amamos a los hombres que si vemos. Entonces la paz con Dios nos impulsa a buscar la paz con los hombres en el milagro del perdón y la reconciliación que supera las expectativas perfeccionistas acerca de nuestro prójimo.
El conflicto del hombre sólo ha sido una expresión de su enfrentamiento con El Creador y hasta que éste concerté un armisticio con ÉL, no podrá lograr la paz con sus semejantes. Pero cuando nuestra fe está en Dios podremos decir como el salmista: “en paz me acostare, y asímismo dormiré; porque solo tú Señor, me haces vivir confiado” (Salmos 4:8).
Hoy nuestra invitación es a construir la tan anhelada y necesaria paz, a comprometernos con Dios por una Venezuela pacífica y tolerante, que se edifica sobre la base del amor, de la integridad, el respeto a la pluralidad, el reconocimiento del valor humano y espiritual del otro, y en un decidido compromiso con una mejor calidad de convivencia familiar, religiosa, política, y nacional.
Tenemos la esperanza de que el reporte angelical de nuestra ilustración introductoria se puede llenar con las hazañas de la fe, del dialogo, del amor al prójimo, de la solidaridad mutua (aún entre quienes sean política o religiosamente diferentes).
Jesús no dejo una herencia de bienes materiales a sus discípulos todo lo que tenia al morir fue una túnica que le quedo a los soldados; a su madre la entrego al cuidado de Juan; su cuerpo (al menos antes de resucitar) se quedo con José de Arimatea; y su espíritu regreso al Padre.
Para ello, recurramos a la raíz de la verdadera paz, que está en Dios, quien nos regala algo más valioso que el oro, más perdurables que los bienes raíces, y más deseable que los palacios mármol: nos entrega su paz y nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón y tenga miedo” (Juan 14:27).
Para finalizar, permítanme improvisar una vez más, les pido que por favor se pongan de pie y se tomen de las manos. Y con respeto a la diversidad de parcialidades religiosas o ideológicas de cada uno, los invito a orar por la paz de Venezuela, y para esto voy a parafrasear la canción de un hermano en la fe, ustedes lo pueden repetir conmigo en voz alta, o desde su propia espiritualidad pueden hacer su propia oración silenciosa:
Ahora sí, paso a leerles mi discurso:
Si Dios enviara a un Ángel para informar a los otros seres celestes sobre la principal actividad de los hombres, en honor a la verdad tendría que notificar que la guerra es la mayor industria de toda nuestra historia. Las naciones usan su presupuesto y rivalizan unas con otras en una carrera para ver quién fabrica o posee los aparatos más mortíferos y organiza los ejércitos más poderosos.
Además, nuestro Mensajero reportaría sobre homicidios, divorcios, abortos, violencia política, pobreza, hambre, locura, depresión, y más. Y peor; que (con honrosas excepciones) los hombres no hemos trabajado suficiente por hacer la paz.
Este panorama desalentador nos obliga a reflexionar acerca de nuestra urgente necesidad de reconciliación y paz.
Pero ¿De qué paz hablamos?
No es de una irresponsable tolerancia ante la maldad. Cristo nos dio un firme testimonio de su compromiso con la justicia. Por eso entendemos que la no violencia, y la personalísima decisión de renunciar en un momento determinado al derecho propio (cuando se hace como oportunidad de extender los puentes para el diálogo y la reconciliación) no pretende ser en modo alguno la imposición de que otros renuncien al suyo, o una excusa para no defender el derecho de los demás, pues esto nos haría cómplices del mal. Pero si espera ser imitable testimonio del Espíritu de sacrificio y negación propia que encontramos en Cristo, y al mismo tiempo Jesús como hijo; y príncipe de Paz no dio tregua a la maldad sino que denunció al pecado y defendió con celo la fe y el genuino culto a Dios.
Por otra parte, ser pacifista no es serlo por obligación, o conveniencia, o indefensión. En la noche del arresto de Jesús, los discípulos estaban armados, y sin embargo a Pedro se le ordenó guardar la espada. Pues Cristo eligió la paz aún cuando pudo elegir la violencia.
Entonces, la bienaventuranza de Cristo no se refiere a los que toleran el mal, sino a los que trabajan por la Paz. Por eso, nos solidarizamos y aceptamos el llamado de Dios a trabajar por los que padecen violencia, injusticia, pobreza, y otros males, pues no es pacifista quien apuesta a la pasividad a costa de la injusticia. Asimismo asumimos que tampoco se logra la paz por medio de la venganza porque la paz nunca podrá resultar de las armas, pues la guerra es madre de la pobreza, la depresión, el sufrimiento y el odio.
La paz tampoco surge de algún estado sicológico, de psiquis alterados, o de espiritualidades escapistas que huyen del mundo en que viven.
La paz genuina es el resultado de la reconciliación, la comunión, y el compromiso obediente que hagamos con Dios para servirle entre los hombres.
Esta paz con Dios no está divorciada de la paz social, o la paz familiar, pues la verdadera paz tiene sus consecuencias en todas nuestras relaciones humanas. No podemos amar al Dios que no vemos si no amamos a los hombres que si vemos. Entonces la paz con Dios nos impulsa a buscar la paz con los hombres en el milagro del perdón y la reconciliación que supera las expectativas perfeccionistas acerca de nuestro prójimo.
El conflicto del hombre sólo ha sido una expresión de su enfrentamiento con El Creador y hasta que éste concerté un armisticio con ÉL, no podrá lograr la paz con sus semejantes. Pero cuando nuestra fe está en Dios podremos decir como el salmista: “en paz me acostare, y asímismo dormiré; porque solo tú Señor, me haces vivir confiado” (Salmos 4:8).
Hoy nuestra invitación es a construir la tan anhelada y necesaria paz, a comprometernos con Dios por una Venezuela pacífica y tolerante, que se edifica sobre la base del amor, de la integridad, el respeto a la pluralidad, el reconocimiento del valor humano y espiritual del otro, y en un decidido compromiso con una mejor calidad de convivencia familiar, religiosa, política, y nacional.
Tenemos la esperanza de que el reporte angelical de nuestra ilustración introductoria se puede llenar con las hazañas de la fe, del dialogo, del amor al prójimo, de la solidaridad mutua (aún entre quienes sean política o religiosamente diferentes).
Jesús no dejo una herencia de bienes materiales a sus discípulos todo lo que tenia al morir fue una túnica que le quedo a los soldados; a su madre la entrego al cuidado de Juan; su cuerpo (al menos antes de resucitar) se quedo con José de Arimatea; y su espíritu regreso al Padre.
Para ello, recurramos a la raíz de la verdadera paz, que está en Dios, quien nos regala algo más valioso que el oro, más perdurables que los bienes raíces, y más deseable que los palacios mármol: nos entrega su paz y nos dice: “la paz os dejo, mi paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón y tenga miedo” (Juan 14:27).
Para finalizar, permítanme improvisar una vez más, les pido que por favor se pongan de pie y se tomen de las manos. Y con respeto a la diversidad de parcialidades religiosas o ideológicas de cada uno, los invito a orar por la paz de Venezuela, y para esto voy a parafrasear la canción de un hermano en la fe, ustedes lo pueden repetir conmigo en voz alta, o desde su propia espiritualidad pueden hacer su propia oración silenciosa:
“Dios nuestro, ayúdanos a mirar con tus ojos, queremos sentir con tu corazón, ya no queremos ser más insensibles a tanta necesidad. Señor, te pedimos la paz para nuestras vidas, y para nuestras familias, para nuestra ciudad, y para nuestra nación. Hoy oramos y buscamos tu rostro, sólo a ti podemos ir” Amén
Que la Paz de Dios esté con todos ustedes.
Muchas gracias.
Rev. José Piñero
Pastor
2 comentarios:
pastor saludos me siento orgullosa de que Dios lo haya puesto a nuestro lado para guiarnos,le felicito tremendo discurso,que inteligencia para decir las cosas,desde aca de Barinas nos sentimos super orgullosos de usted.MIL FELICITACIONES, bendecimos su vida.
Exelene mesaje pastor es tremendo como pudo tolerar tal bullicio para dar un mensaje de paz Dios Lo Bendiga con mucha Paz y regalos de DIOS............
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